Detrás del vapor estaba el cristal enmarcado, como una niebla que me impidió mirar más allá de una silueta sin definición. ¿Entonces quién soy? ¿soy solamente un color borroso? Decido cambiar la lente, ajusto el foco y la entrada de luz. Insegura y temerosa aproximo mi mano al espejo brillante; incrédula por el nivel de nitidez, mis dedos chocan, entro a otra dimensión.

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Texturas, colores, formas, movimientos, sensaciones, temperatura, ángulos: una composición en movimiento.

 

Luces cálidas multicolor, de su aura cambiante, de su capacidad de sentir y latir.

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Encuadre vertical, de una apreciación artística; mármol vivo inhalando y exhalando con ritmo.

 

Enfoque total, sube y baja de encanto, sin posibilidad de elegir sólo un cuadro; a donde mira hay belleza, en donde toca hay temperatura alta.

 

Movimiento imparable, sus dedos se convierten en acuarelas que aumentan la vida y variedad de tonos en el lienzo que ella es, cambia texturas, define formas; es su obra maestra.

 

Dimensión desconocida, alterna, etérea; la escena transmite fuerza, pero el tacto del sujeto es tan aterciopelado como los pétalos de las petunias que usa para decorar su habitación.

 

Disparos y flashes incesantes, constantes, al ritmo de su andar, al unísono de sus pinceles, del velo castaño en su cabeza, de sus vértices, de su aspiración.

 

Suena una melodía que disfruta, acompañada de la voz que le encanta, que la hechiza; cae la lluvia contenida por una puerta corrediza, brisa tibia que gana grados lentamente, orvallo que la cubre y le agrega chispas de luz arcoíris.

 

Luces fuera.

 

Regreso a la realidad, a mi cotidianidad ahora rota. ¿Qué fue eso? Fui yo, fue volver a conocerme, comprobar y rechazar cómo me miraba a través de los ojos de otros. No fueron cámaras y flashes, fueron mis ojos; no fue un enfoque, fue mi mirada atenta. Capté mi movimiento, mi lienzo rítmico y colorido. Soy mi composición maestra, perfectible bajo mi identidad, bajo mi concepción sorda.