
_edited_edited_edit.png)
_edited_edited_edit.png)
Relatos de un cuerpo herido
Anailyn V.
Jamás he logrado ver a mi cuerpo de otra manera que no sea estética. Desde los doce olvidé que mi cuerpo era mi herramienta para bailar o correr, olvidé que más que una silueta perfecta, es mi medio para expresar lo que siento con un abrazo, olvidé qué significaba más que verme de acuerdo a los estándares de “belleza”; me perdí, me perdí entre navajas que cortaron los vellos de mis piernas y de mis cejas porque no encajaban con la visión que mi abuela tenía de mí para su primera nieta.
​
Me perdí a los 8 cuando me arrebataron el amor por mi piel morena, con comentarios de familiares diciendo que me vería más bonita con una tez más clara, cuestión que a los quince volvieron a recalcarme a través de un dolor que no había experimentado hasta entonces, una picazón que recorría mis axilas, brazos, rodillas y nuca cuando me quemaron con “blanqueador” para la piel, pues mis manchas no lucirían bien en mi vestido de quinceañera.
Nada funcionó, solo me dejaron marcas que ni el tiempo curó, puesto que aún arde cuando coloco un poco de perfume.
Me perdí a los 14 cuando me encontré tirada en el baño de mi casa a medianoche vomitando por “voluntad propia”. Descubrí que era bulímica, cubría la vergüenza cortándome mis preciosas piernas en líneas horizontales, en aquellos muslos que mi familia odiaba por ser tan prominentes. Recuerdo desear quitarme las piernas porque eran “gordas”.
Me perdí a los 16 cuando me arrebataron mi primera vez a gritos y manchas de sangre por parte de mi primer novio quien juró nunca escuchar que grité y pedí que parara. Al parecer ensordeció ocho años más tarde, hasta que me volvió tan pequeña que ya ni si quiera hacía el esfuerzo por gritar, solo cerraba los ojos y mi cuerpo se desvanecía a cualquier otro lugar que no fuera debajo de él. Hasta el día en que me ahorcó con tanta fuerza que creí no volvería a abrir los ojos.
Me perdí a los 17 cuando mi abuela me compró un vestido de marca talla S para que hiciera la décima dieta en mi vida, con productos milagrosos que aseguraba esta vez funcionaría si yo ponía de mi parte, supliendo mis desayunos por malteadas a base de agua y aloé vera, si dejaba de cenar aguantándome toda el hambre que pudiera hasta la media noche donde no cedía a mis atracones cotidianos comiendo todo cuanto podía para después vomitar, porque decía que el problema estaba en mis pechos talla B, que no me preocupara en cuanto bajara de peso, mis pechos desaparecerían y con ello todos mis problemas, así que sin pensarlo más até mis senos con vendas por las noches junto con una faja a la cintura, de esta forma mi abuela no se avergonzaría más de mí y quizá, solo quizá, pudiera contarle que mi abuelo me toca las piernas de maneras incómodas, que me quitó el brasier en una fiesta mientras bailaba conmigo estando borracho.
Me perdí a los 18 cuando después de tanto rogar me llevaron a la ginecóloga quien me dijo que debía tomar pastillas anticonceptivas todos los días de por vida porque padecía ovario poliquístico. Por fin mi familia entendió que el vello y las manchas de mi cuerpo no eran mi culpa por no tallarme lo suficiente al tomar una ducha, tallarme tanto hasta hacerme sangrar pero seguía siendo culpable de los arrebatos emocionales que ahora tenía por los efectos secundarios de las pastillas. Al menos mi cuerpo era ahora delgado pero eso ya no les interesaba más de mí, porque era mi culpa desarrollarme tanto; mi cuerpo era culpable de atraer miradas obscenas en la calle, era mi culpa que el entrenador en el gimnasio se propasara conmigo por llevar leggins al entrenar… mi cuerpo existía y yo me perdía en él.
Me perdí una última vez a los 22 cuando en mi chequeo de rutina me detectaron VPH, teniendo una sola pareja desde que inicié mi vida sexual, donde en el procedimiento quirúrgico hubo negligencia médica por parte de mi ginecóloga, dejándome postrada en cama durante tres meses con un tratamiento sumamente costoso, del cual también era culpable ante la vista de mis padres y de mi pareja quien se negó a tratarse.
Cada una de mis pérdidas no solo marcaron mi piel de manera física, causaron en mí el suficiente dolor para querer desaparecer, planear una huida de la vida para jamás regresar, tantas veces como fueran necesarias.
Pero yo nunca quise morir, yo quería vivir, todo lo que quería era bailar con mis piernas fuertes y grandes llenas de vellos que jamás odie, quería ponerme mi playera favorita sin mangas olvidando las manchas que en mis brazos habitaban, quería poder comer un bocado de mi comida favorita sin sentir culpa de ello.
Hoy reclamo mi cuerpo como mío, me pertenece a mí y a nadie más. Corto por completo los lazos tóxicos que me unen con las mujeres de mi linaje para no seguir sus patrones de destrucción hacia lo más valioso que puedo poseer en este mundo tangible - mi cuerpo.
Tengo cicatrices que ni el tiempo mismo podrán desvanecer, pero no estoy sola, mi red de apoyo me respalda y si alguien llega a leer este escrito, por favor pide ayuda no estás sola, estamos juntas en esto.