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Ojos de ópalo, corazón de ónix

Natalia Tapia Moreno

No esperaba que al llegar la primera noche del año tendría la fuerza de escribir esta carta. Pero a pesar de mi desconcierto creo que quizás será uno de los textos que germinan en uno de mis instantes más lúcidos. Así que estoy sentada, cerrando la cortina morada que rodea mi camastro. Esa cortina que ha sido confidente de todas nuestras conversaciones y tonterías después de las once. La cortina que resguarda los cuentos que ideamos y es testigo de los planes que nunca concretamos. Esa misma cortina ahora contempla lo difícil que me es trazar letras en esta hoja de mi diario rosa. 

Me he mentido por mucho tiempo. No sé si es tan grande mi obstinación por creer que algún día te convertirás en la pareja que necesito. Quizás es mi nostalgia por el tiempo que he invertido en esta paciencia infructuosa esperando que notes mi valor. O simplemente son traumas generacionales que me hacen aferrarme a ti y faltar a mi integridad de este modo. Pero me cansé de estirarme y doblegarme a tu voluntad.

 

¿Desde cuándo? Pudo ser la forma en que dijiste: ella sí está aquí; como culpándome por no vivir en tu ciudad. Fue la noche en que me escribiste: qué solitario es mudarse, y tu indiferencia al luto que yo sentí cuando te fuiste. Y también fue el buzón de voz que nunca respondiste, la primera vez que me escuchaste llorando. Si he de confesar, el presagio del fin lleva haciendo eco desde hace dos inviernos. Hoy ya sobran los mensajes pidiendo perdón por tus acciones. Ya no importa lo que me digas, pues el amor que siento por ti no debería ser una carga tan agotadora.

 

Y sí, me siento culpable por pensar en terminar nuestra relación a tan sólo cinco meses de por fin estar juntos sin fronteras que nos separen. Ya no quiero darte la opción de partirme el corazón, así que mejor me lo destrozaré sola. Aunque aún te amo y sé que nuestra relación podría ser tan tangible como el frío que siempre acompaña a mis manos; me preocupa que esta clase de analogías surjan tan fácil. El amor no debe calar como el viento helado que se cuela entre la ropa en invierno. Qué frágil, tan vulnerables los sentimientos de las personas residiendo en lugares distantes. Yo ya no puedo sobrellevar los ciento cuarenta y un días que restan para poder tener frente a mí tus ojos de ópalo azul. Nos conocemos hace más de cinco años, pero me dirijo hacia la salida del aeropuerto estando tan cerca de conquistar nuestra meta más grande desde que formalizamos nuestra relación.

 

Me siento como si hubiera perdido, como cuando decides que lo mejor es darte por vencido y dejar de perseguir utopías. Mi vida, no te quiero romper el corazón de la manera en que esta carta me ha destruido. Pero las heridas se amontonan en nuestra puerta, y ahora hay una serie de hendiduras que la atrancan… 

 

¿Sabes qué es lo peor de todo? La distancia siempre se llevó la culpa de nuestros problemas. Ella causó los malentendidos, las pausas incómodas, y fue tu cómplice en la búsqueda de calor en otros brazos. Es una pena que nunca podremos saber si nuestra relación se mantendría a flote si viviéramos en la misma zona horaria. Sólo queda resignarse a arrojar piedras en el océano que nos separa. 

 

No hace falta una lupa para notar las grietas que se expanden en este corazón de ónix. Sin embargo, no puedo explicar por qué a pesar de toda la presión, es la tinta de un lapicero lo que termina por romperlo. Duele pensar que lo nuestro, a pesar de lo extenso y hermoso que alguna vez fue, no pase de ser una fiebre intensa de adolescencia.

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