
_edited_edited_edit.png)
_edited_edited_edit.png)
Lluvia de verano
Lizzette Cruz
Regresa a mí,
cada que vuelvas
a soñar conmigo.
Amor mío:
Eres lluvia en la mente del que reza.
Eres el grito de la ansiedad que callas.
Eres la marea cáustica de un vaso de agua que sueña con ser tifón.
No escribo sobre ti.
Nunca he escrito para ti, aunque siempre me lees. Con esos ojos destrozados, medio sanos, compuestos y saturados, de haberte visto en tantos espejos por muchos años. No es que no me atreva a escribirte, solo que aún soy pescadito manchado en medio del estanque, al que aún le queda tanto de que escribir.
Adoro esa forma en la que miras primero las cosas pequeñas y luego te ríes al notar las más grandes, las que todo el mundo nota primero. Esa manera en la que te regañas porque la columna no está derecha, pero que igual a los pocos segundos la olvidas e ignoras, así como olvidas los nombres de toda la colección de amores que no cuentas y que te avergüenzan.
Coleccionista de metales pesados, que cargas en el saquito de la conciencia. Amante del sonido de esos instrumentos de cuerda percutida, persiguiendo los sueños idealizados jamás cumplidos a los nueve años. Conozco de cerca, de primera mano, esos sueños que a nadie le compartes, esos ideales que siempre destruyes y que luego vas recogiendo los pedazos porque eres rebelde, a tu modo, rio a contracorriente. Adoro la luz que emites cuando me encuentras, esa sensación explosiva, que te hace y me hace sentir magnífica. Adoro la línea que nace en tus orejas, que conecta tus lunares y que remata en las cicatrices de tu alma.
Me quedo como niña, con la nariz en el cristal y la boca abierta, cuando te veo explicar lo que conllevan tus pasiones, tus aficiones. Expides colores, texturas que nadie toca, como si los destellos hablaran, como si la luna me amara. Te he leído la mano, es la quiromancia inconsciente, sabiendo todo el tiempo tu destino. Te he tomado de ella, la he adornado y la he cuidado, he llorado por sus heridas, sus cicatrices y sus dolores.
Te veo, llorar en mis memorias. Te veo, arrancarte pedazos de ti, para luego volverte a construir. Te veo, en ese sabotaje constante que no entiendes, pero que luego calmas, como aquel mar que encuentra litoral y se arrastra de ola en ola a la costa, buscando vivir, sobrevivir.
Te confieso que he llorado por ti, como quien malgasta su tiempo en pantallas infinitas, con rabia, como quien encuentra lugares comunes en sus poesías, te he llorado tanto y con cada lágrima te he amado como no he amado a nadie.
Sé cuando me mientes y te creo, no porque me convenzas tan fácilmente, sino porque ya es la rutina. Sé cuando no te sientes suficiente, esa sensación de tristeza profunda, profana, inmunda, que te engaña, que me engaña y me arrebata todo ese tiempo irrecuperable. Estoy en esos sueños impuros, pragmáticos, saturados de insomnio, de otros sueños despellejados, lo sé, te conozco y te desconozco. Convivo con tu constante sabotaje y todas esas ansiedades que sospecho, no dejas ir.
Abrazo tu carácter, ese que a nadie le gusta y que es irremediable. Necio y aguerrido, creador de poemas y de enfermedades ficticias, de ficciones que ni tú te crees cuando llegas tarde. Leo tus pensamientos, tus formas, tus dolores y tus derrotas, leo tus verdades y tus síntomas de poder, de ambición. Me río de tus gracias, tu humor mal planeado y poco congruente, ocurrente. Me río de ti, cuando no me miras.
Lloro por ti en cada letra que escribo,
como si fuesen lágrimas tecleadas.
Y te abrazo, mi sol en plena lluvia, mi diente de león de campo, mi dulce pegadizo. Mi lago profundo, absorto de la naturalidad de tus cabellos entintados. Abrazo lo que admiras y en rebote yo te admiro.
Siempre me tendrás, aunque llueva ese día tan esperado y al mismo tiempo nos dé miedo cumplir años. Me tendrás en tus brazos, en las pinturas que admiras, en las emociones que no sacas, en las batallas que ya no lloras, en los dolores que olvidas, en los problemas que pospones. Me tendrás en los triunfos que ya no te crees y en la cercanía de tus decepciones más secretas, en esa intimidad de cuando hablas sola y te imaginas que estás en otro lugar. En los sueños que has dejado de soñar, en las realidades que odias, en la vida que aún quieres. Estaré para ti, sosteniendo tus pasos, cada vez que ya no quieras seguir. Cuando dudes de ti y no tengas a nadie más, socorreré los hilos de sangre de cada herida. Cuando te creas diosa y solo tú te aclames.
Me tendrás, primor,
porque soy ese brillo que te nace,
cuando la vida te emociona.
Mi amada Liz.