

La primavera no llegó
Abril Reyes
La primavera no llegó
Esta es la historia del primer Marzo cuando la primavera no llegó…
Capítulo 1
Pinté la habitación de azul
Hace tanto que te fuiste que no podría decirte con certeza cuando llevo esperando a estar bien. Al final de cuentas uno siempre va por ahí sufriendo la mayor parte de la vida. Por eso cada vez que vivimos momentos agradables los sentimos tan irreales. Quizás por eso me conmovió tanto la primera vez que te vi, la primera vez que me di cuenta que sentí la necesidad de cuidar a alguien que no fuese a mí. ¿Cómo se puede extrañar tanto a la persona que decide marcharse y que conscientemente te dice a gritos que ya no quiere estar aquí?.
Pinté la habitación de azul y me pareció que lo había hecho bastante bien. Pensé que con cada pincelazo de alguna forma, o de alguna otra, te ahogarías en la ferocidad que solo el mar tiene, con sus olas que solo pueden tragar de esa forma. Pensé que te irías, que te tragarían, ¿ves?, pero no fue así. De hecho ahora que lo pienso, y con menos alcohol en la sangre, creo que te mamaría el color que puse, es del tipo de azul que te gustaba, azul petróleo. Seguro pensarías en Atypical como lo hice yo, porque tenías la gran habilidad de memorizar cada costumbre y cada detalle de las que me aprensaba como bestia. Pero que te digo, faltaron los bloques de hielo gigantes y los pingüinos. Pero nada. No hice nada más. Es más, una de las cuatro paredes quedó blanca. Nomás por el mero gusto de chingar a todo aquel que preguntará. Ahora que lo pienso, sí hice algo interesante, ¿recuerdas tus viejas patinetas que habías guardado que disque para lijarlas y hacerme un librero?, pues las tiré. Las quería quemar, estaba bien pinche loca y eso que según yo, te entendía. Pero pues qué se le va a hacer, cuando uno tiene el pinche corazón roto, todo le parece buena idea. Tú querías espacio y yo una pinche fogatota de tus putas patinetas viejas que me habías dejado ahí para recordarme que ya no estabas y que ya no estarías nunca, pero pues nomames, no las quemé, ¿te lo imaginas? Seguro se me hubiera armado una broncota, o sea wey, para empezar, ¿en dónde madres las quemaría? Nunca he sido tan punk como digo ser, pero el chiste es que las pinches tiré y me compré unos hermosos estantes de madera, así como tus patinetas que también eran de madera, nomás que estas no tenían grietas, ni se veían viejas. Están aquí ahora y se ven bien pinches chidas, mamonas, pero chidas y cargan todos mis libros, pero no te creas, el perchero que me hiciste con una de esas patinetas, sí que lo guardé, nomás que lo agarré y lo pinté igual todo de azul, no vas a creer que le dejé la frase que le escribiste. Me gustaría recordarla. Como que medio me acuerdo. Era algo como de que siempre de entre todos, me elegirías a mí. Lo malo es que uno no sabe que a veces la vida te dice… ‘’o ella o tú’’. Pinche vida cabrona, y que nos tocó eso; que te tuviste que elegir y que para entenderte a mi te costo guardarme la frase ‘’las cosas buenas también acaban’’ y tuve que tragármela en las cuerdas vocales para reproducirla cada vez que me preguntaban por ti, así qué, sí, pinté la habitación de azul y quería que lo supieras, no sé ni porqué…
Capítulo 2
¿Las pesadillas tienen horario?
Casi dos meses, no perdón, fueron como tres y medio, sí, algo así. Pero fue como a mitad del primer mes que las pesadillas realmente eran pues eso, una pesadilla. No me lo vas a creer pero hasta que teníamos como que horarios y toda la cosa. Me refiero a que mis pesadillas sabían el momento exacto en el que podían aparecer. Era bien pinche raro, nomás de acordarme se me revuelve el estómago, siento náuseas y toda la cosa. El chiste es que yo me dormía bien temprano, tipo por ahí de las ocho, sí, me daba mucho sueño por esas horas y en chinga ya como a las ocho y treinta despertaba llorando. Te digo que fue bien raro y pesado, aunque seguro para mi mamá lo fue más, la condenada me cuidó y me cuidó, y sí no fuera por ella, chance y no estaría aquí. Tuve suerte.
Ahora que lo pienso, no puedo creer lo bien que las pesadillas cronogramaban mi tiempo. Pero al final era yo misma, eran mis miedos, era que comprendía que tu presencia era únicamente en aquel lado, en el lado donde dolía. Así que tenía de dos, aguantar las putizas de esas pesadillas o empezar a olvidarte.
Capítulo 3
Cerezos
Todo lo que te volvía humano, me lo quedé. Me aseguré de no olvidar ni el más mínimo detalle. Pero la memoria es traicionera y cada día que pudo, me recordó la importancia de disfrutar el momento en el tiempo exacto. Extrañar es bello cuando se tiene la certeza de que podrás volver a ver sus ojos cafés. Pero en este lado, esa cafeína no iba volver. Tocaba aceptar y vivir también. Lo malo de tener el corazón roto es que sientes que mueres, pero la vida no te lo concede. La falta de tu amor me carcomió el pecho, me dejó nudos, vacíos y huecos irreversibles.
Una noche me armé de valor y entre toda esa oscuridad dejé que mis ojos comenzaran a llenarse de la realidad, y entre el dolor y el ardor, recordé que quizás habías pasado para dejarme todo lo que sin ti nunca hubiese observado y entonces me permití volver a la animación japonesa, reconocí que era la forma más adecuada de decir ‘’sigo aquí’’. Me llené de Japón porque Japón era tu sueño y yo quería ser parte de ello. Aún pienso que los cerezos siguen aguardando un beso nuestro.
Capítulo 4
Ya no estabas
Marqué tu número. Mi mamá sujetaba mi mano, mi corazón agrietado, mis manos temblando y mi pecho a punto de explotar. No contestaste. Era el día que presentaría mi tesis y solo quería que lo supieras, que supieras que los esfuerzos habían valido la pena. Mamá tomó mi cuerpo y lo estrechó al suyo, y con el susurro adecuado y la ternura necesaria, me envolvió en sus brazos y me dijo que ahora me tocaba llevarte en mi pecho y guardarte como un bello recuerdo. Mamá era sabia. Y mi pecho soltó el hierro y le permitió guardarte, y aunque la habitación ahora era azul, el mar ya no devoraba, el mar ahora traía calma.
FIN