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Iluso palpitar

Barbara Tapia

A todas esas veces que decimos adiós con el alma entre las costillas, que sentimos como el fuego quema dejando el rojo vivo pulsante, a todas esas promesas vacías que vuelan a un mismo ritmo, a todas esas veces que me tuve que deshacer de la idea de ti. La poesía que se derrumba de mis manos, se cuela en la suela de mis zapatos; aquella poesía que dice ser mía, pero cada noche se impregna de tus sueños y recorre tus heladas manos. De esa poesía nace la carta de lo que pudo ser nuestro amor.

​

A ti:

A veces siento que la demencia invade mi monótona vida, huyo medrosa del cuestionamiento, pero esas dos estrellas me dejan atónita de rodillas. Huyo temblorosa del tiempo, pero tal parece que quiere que recuerde mi antigua poesía, aquella poesía que me aterra, pues estremezco en plegarias para que mi musa no se desvanezca en la agonía del eterno silencio. 

 

Déjame iluminar tu delicado lienzo cual estrambótica mona lisa, permíteme entrelazar la crueldad de nuestro pasado con la esperanza de nuestro futuro.

 

Me derrumbo, y no por lo que llamas insuficiencia, si no por cada gota bañada en miedo de perder en el horizonte aquello que alegra mis circunstancias con tan solo una melodía.

 

En suplicios me he envuelto desde que tu silencio irrumpió en mis insomnios, la sentencia apelé, sin embargo, mi desmirriado ser se derrumbó frente a tus sollozos al ver a la complejidad manipulándonos desde un pedestal. 

 

Continúo buscando tus caireles despreocupados entre la multitud, y aunque nuestro otoño ni siquiera ha llegado, continuaré zarpando en ilusión. 

 

Callaré los gritos ahogados de mi corazón, mientras te escucho en nuestra melodía, mientras me adhiero a tu perfume plasmado en letras entintadas, pues, aunque el martirio me mate…

 

Sé que los kilómetros ya han robado el amor de tu corazón, aquel amor que alguna vez llamamos eterno.

 

Aprendí a llamarte mía en cuestión de segundos, pues tus ojos nunca dijeron lo contrario. He aprendido tantas cosas, me acostumbré a tu marcapasos, tus suspiros los memoricé, mi dedo recuerda el rastro de lunares que iluminaban tu cuerpo cual cielo estrellado; aprendí a amarte. 

 

Tu cansado palpitar nunca se adhirió al mío, a pesar que me desviví por hacerlo. El aroma de café inunda mis memorias, me persigues entre risas mientras sostienes mi mano y me guías con los ojos cerrados. 

 

Amarte fue aprender, fue soñar despierta en un momento agridulce.

 

Si realmente amas déjalo ir, entonces anda tú, enséñame a demostrarte cuanto te amo. 

 

Y a pesar de que el tiempo transcurre frente a mis ojos, a pesar de todo el martirio, cada pensamiento sigue siendo nuevamente a ti. Pero no te confundas, no te amo, no lo haré por el nostálgico sonido de hojas otoñales, no lo hago y aunque me gustaría negar que alguna vez lo hice, tampoco puedo.

 

La demencia es cualidad en mis días, reposa tras mi espalda negando el hecho de que siempre está acariciando mi piel, tan sutilmente que casi no lo noto. 

 

Tu perdición silenciosa penetra en la danza de mis recuerdos, ilusa mi alma hoy y siempre. No suelo retorcer en memorias, pero…

 

Me he ocultado tras los besos que me regalaste.

 

Anhelando convencer a mis brazos que nunca llegarás.

 

Roces viejos desprendidos de mis manos, que continúan ahí.

 

Andando a ciegas, guiándome por el sonido de tu risa, alcanzando algo que no está. 

 

Sin importar cuanto me ahoguen tus lamentos oxidados, la perdición nos ganará, como siempre lo hizo. 

 

Mi esencia perdura, pero te llevaste de mis mares. Hay vidrios rotos que reflejan cálidas sonrisas y miradas enternecidas, anhelos que bailan entre abrazos; sin embargo, prefiero saber que están ahí a tener que cortarme con su áspero borde. 

 

Hay nostalgia en mis suspiros, por eso me oculto entre sábanas. Hay miedo entre mis pestañas, por eso me niego a volver a ver aquello que solía ser. 

 

Hay de todo y a la vez no tengo nada, me quedé en desbalance y por eso me integro en pedazos. 

 

Me preocupa seguir, me preocupa andar sin saber qué sería de mí estando junto a ti. Te asomas para mis heridas descoser, para mi alma desnuda dejar; mis gritos ahogados en papel plasmar.

 

Te asomas para no decir adiós.

​

Hay días que me recuesto en lo que parece ser tu regazo, para que te marches antes de que pueda dejar caer mis penas. El alivio se difuma. En mis mejillas lo divisas, una vez más.

 

Madrugo entre sueños para oír tus susurros, me arrastro a gatas sobre los clavos de tus estragos, estragos que acompañé. Y si pedir piedad ante la imponencia de tu porte, es opción para mi delirio terminar. De rodillas te ruego que a tu transcurso pongas fin. 

 

Me desgarro al reconocer heridas, levantando semillas encarnadas aferradas al dolor. 

 

El martirio que atormenta con fuerza implacable sobre mis ojos, liberando presos con delirios de libertad, azotando sus cadenas contra el suelo.

 

Suspira la piel que guarda secretos, que oculta miradas, que corta voces con navaja en lo oscuro de la almohada.

 

Suelta el perfume de rosas bañado en mil cristales; mi perfume favorito.

 

Reconoce el invierno cuando lo ves, pues la nieve entume tus pulgares, congelando todo aquello que descongelaba.

 

Hay suspiros en el aire, sollozos que atormentan mis pensamientos; yo deseo sentirme libre. Hay palabras que nunca terminan, lágrimas que recorren cada rincón de tu desnudo cuerpo, empapándote de culpa; y yo solo puedo permanecer recostada.

 

El tiempo se marca sobre las huellas de la mano, contando una historia desgarradora; historia que deja a la intemperie todo aquel valiente que le tome de la mano. 

 

En un valle me ha soltado, llevándose consigo aquello que fue de dos almas que profesaban una eternidad.

 

Que, si el dolor quema la raíz, el olor de las cenizas infestan mi nariz cual café recién hecho; pues sabré que algo casi inexistente llegó a existir.

 

Y aunque nuestro momento solo fue fugaz, eres aquello que perdurará en mis pupilas y se aferrará cual gancho encarnado en las entrañas. En penumbras acompañas a este pobre corazón sediento de ternura, descalzas entre sueños; deseando alcanzar estrellas con las puntas de los dedos. 

 

Suelta tu pelo y desea no querer volver jamás. Siente aquella brisa que solía despedirte cuando todo era como antes. Te espero en el bosque de lo oculto a la hora que solías venir, brincando sobre colinas de colores mientras veo tu vestido blanco entrelazarse con el pasto que cubre tus rodillas. 

 

Te miro bajo cálidas ilusiones para así tu piel poder rozar; para así darme cuenta que tu jamás regresarás.

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