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Gratitud a mi cuerpa
Samantha Núñez
Echo atrás la espalda y mis hombros tratan de tocarse. Escucho cómo me habla lo que no puede o quiere salir.
A veces abro mi pecho justo en medio, y antes de volver a abotonarlo, cierro los ojos y elevo mis rezos para que el corazón que llevo dentro deje de ser lluvia y vuelva a ser fogata: viva, cálida, expansiva.
Después miro mis pies, veo cómo han envejecido, cuánto han recorrido, el tiempo que han atravesado.
Y, ante la inclemencia de la vida, lo mucho que han aprendido.
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Y ahí donde, aunque quiera callar y no pueda, mis manos, que me sienten, me consuelan, gritan lo que mi boca, mi espíritu, no puede callarse.
Nunca he prestado tanta atención a mi cuerpo como ahora.
Quizá es el paso del tiempo.
El tiempo me ha hecho sensible ante mi andar por la tierra, ahora abrazo, le canto y le rezo a mi cuerpa, cuerpo.
Cuánta gratitud hay en poder ver un atardecer, sentir mis ojos cuando se asombran y otras cuando se inundan, tras verlo así.
Abrazo el tiempo en él, y las heridas que como tatuajes porto orgullosamente, porque quiere decir que todo he sentido y vivido, y la vida ha pasado aquí por mi pecho.
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Gratitud, cuerpa libre es lo que te entrego, gratitud y mis rezos aquí en el pecho.